pages2
Discurso del Presidente Javier Lambán
Acto de entrega de la Medalla de Aragón en el 40 aniversario de la Constitución
Señora presidenta del Congreso de los Diputados; señor presidente del Senado; querido Alfonso; ponentes de la Constitución que acabáis de recibir la Medalla de Aragón; Gobierno de Aragón; autoridades; diputados constituyentes; queridas amigas; queridos amigos...
Hace 40 años se produjo en España una especie de momento epifánico, de manifestación luminosa, de nuestras principales potencialidades y facultades. Potencialidades cívicas, culturales, intelectuales, políticas, de sentido responsable de la historia, alineadas de manera virtuosa, concertadas adecuadamente para impulsar un proceso de transición de la dictadura a la democracia absolutamente ejemplar.
Hace 40 años, después de una historia como Estado y como nación turbulenta y complicada, España produjo la mejor versión de sí misma.
Hace 40 años, queridas amigas, queridos amigos, los españoles de manera abrumadoramente mayoritaria acertamos en dos decisiones: supimos a dónde queríamos ir y supimos también a dónde no queríamos volver jamás. Supimos que no queríamos volver jamás a enfrentamientos civiles, a dirimir nuestras diferencias a través de la violencia.
Por fin, con décadas de retraso, la sociedad española atendió llamamientos a la paz y a la reconciliación, que ya hiciera don Manuel Azaña en 1938 y que mantuvieron los republicanos españoles en el exilio. Y que también, desde recién terminada la guerra, hicieron públicos a través de sus poemas y a través de sus novelas intelectuales como Julián Ayesta, al que se ha referido Alfonso Guerra en su intervención.
Pero además de saber a dónde no queríamos volver, los españoles sabíamos perfectamente a dónde queríamos ir. Queríamos ir a un régimen de libertades, a un espacio de ciudadanía, de derechos, de servicios públicos para todos. Y queríamos ir a Europa, queríamos que ese horizonte de modernidad y de libertad que había sido Europa para varias generaciones de españoles dejara de ser un horizonte y pasara a ser una realidad concreta.
Lo cierto es que aquella magnífica generación de políticos, de los que hay aquí algunos representantes ilustres esta tarde, fue capaz de galvanizar a la sociedad española, junto con otros actores sociales y políticos, para que esa pretensión para llegar a donde queríamos dejara de ser un sueño y fuera una realidad.
En aquellos años los españoles hicimos un gran contrato social que nos permitió acercarnos a Europa, en cuanto al bienestar social se refiere y en cuanto a la calidad de vida, a través de la progresiva implantación del llamado Estado de Bienestar. Y además fuimos capaces de urdir un gran contrato político, que tuvo su principal plasmación en la Constitución cuyo cuadragésimo aniversario celebramos en la tarde de hoy.
Una Constitución, queridas amigas y queridos amigos, que consagra un elenco de derechos y de libertades para los ciudadanos españoles equiparable y aún superior a la que disfrutan los países de nuestro entorno.
Una Constitución que estableció la unidad de España como bien, como valor político en sí mismo pero que, además, atendiendo a lo que había sido una reivindicación de décadas y que había estado presente en la calle en todas las manifestaciones de los años 70 que reclamaban democracia, fue capaz, a través del Título VIII, de descentralizar el poder político entre los distintos territorios.
Una medida de la que, contra lo que a veces se viene a decir, no favoreció sólo a las Comunidades más ricas como Cataluña o el País Vasco, sino que favoreció también, quizá principalmente, a Comunidades como Aragón que durante siglos habían sufrido, más que Cataluña o el País Vasco, la estructura centralizada del Estado, la de una España radial, que no concedía ninguna posibilidad de iniciativa a la España interior. Un Título VIII de la Constitución que permitió que, en el caso de Aragón, -a través de la creación de la Diputación General de Aragón y de la legislación correspondiente, sobre todo del Estatuto de Autonomía-, que nuestra Comunidad Autónoma pudiera desarrollarse en la España constitucional de una forma absolutamente admirable.
Se demostró, de una manera absolutamente fehaciente, que la suma de las partes diferenciadas a través del Estado de las Autonomías era muy superior al todo indiferenciado y centralizado de la etapa anterior.
Perspectiva histórica
Por tanto, queridas amigas, queridos amigos, al llegar a este cuadragésimo aniversario tenemos muchos motivos para la celebración. La cifra, por lo demás, se presta a ello. Hablar de 40 es hablar de 40 años de dictadura. Hablar de 40 es hablar de 40 años de democracia, lo cual nos otorga ya perspectiva histórica suficiente para saber hasta qué punto la apuesta de aquella generación de hombres como los que hoy nos acompañan y a los que estamos rindiendo homenaje fue una apuesta absolutamente acertada. Es la contraposición palmaria de los beneficios que se obtienen de las libertades y de los prejuicios que a cualquier pueblo acarrea la tiranía.
Pero además de motivos para la celebración, y tenemos muchos, los españoles en estos momentos tenemos motivos para la preocupación por una serie de circunstancias que nos han sobrevenido en los últimos años y que, si no les damos el valor, la importancia y la dimensión exacta que tienen, podrían acarrear riesgos para nuestro futuro como país, para nuestro futuro como democracia.
No me extenderé demasiado en consideraciones al respecto. De todos es sabido que la crisis económica ha producido efectos devastadores sobre toda Europa, sobre los países del sur fundamentalmente. El erróneo, el pésimo tratamiento que de la crisis ha hecho la Unión Europea y los distintos países miembros ha sido digno de mejor causa. Y, además, en este momento, la inteligencia artificial, las nuevas tecnologías están creando paradigmas de futuro en cuanto al desarrollo económico, en cuanto a las relaciones humanas y en cuanto al empleo se refiere, que a gentes, a hombres y mujeres, que en este momento tienen empleo, les está sumiendo en el desconcierto, en la angustia y en la inquietud sobre su futuro.
Esto, queridas amigas, queridos amigos, está teniendo efectos notables en nuestro país y en toda Europa. Está teniendo efectos en forma de desigualdades, absolutamente insufribles, porque la desigualdad es incompatible con la democracia, aparte de con la moral menos exigente que uno se pueda plantear. Está teniendo efectos dramáticos en cuanto a la inseguridad que se extiende cada vez más en muchas capas sociales. Está teniendo efectos dramáticos en cuanto a la quiebra de confianza que está experimentando el sistema democrático en toda Europa. Y esto está haciendo que parezca que viejos demonios familiares, que creíamos definitivamente enterrados en el baúl de los recuerdos, estén aflorando otra vez.
Hablo de populismos, hablo de nacionalismos, hablo de xenofobia, hablo de la ruptura del equilibrio y de esa buena avenencia que caracterizó, desde después de la segunda guerra mundial, las relaciones entre Europa y Estados Unidos. Y en el caso concreto, al referirme a la reaparición de viejos demonios familiares, estoy hablando de algunos intentos de volver a reabrir el libro de la Historia, de volver a no dar por zanjadas cuentas que los constituyentes dieron por zanjadas, o hablo también, por qué no decirlo, del problema que se ha suscitado en Cataluña y que en este momento nos tiene a todos los ciudadanos españoles absolutamente preocupados, porque no es un problema de Cataluña, es un problema de España en su conjunto.
En estas circunstancias, queridas amigas y queridos amigos, es absolutamente fundamental que España se vuelva a plantear otra vez hacer aflorar sus mejores potencialidades, como ocurrió hace cuarenta años; que España se plantee otra vez ordenar y concertar todas esas potencialidades; que España se plantee otra vez volver a dar otra versión de sí misma, tan potente, tan luminosa y tan eficaz como la que dio hace cuarenta años. Es indispensable que volvamos a fundar la prosperidad del futuro sobre un nuevo contrato social, porque sin pegamento social y territorial una democracia y un país no pueden sobrevivir; es absolutamente fundamental que volvamos a aposentar nuestro futuro sobre certezas, que volvamos a poner acuerdo en la dirección en la que tenemos que encaminar nuestros esfuerzos colectivos.
Ahora, queridos amigos, queridas amigas, ya no se trata de esforzarnos para conseguir la democracia; Vista la crisis en la que, en toda Europa y gran parte del mundo, está la democracia liberal, el estado de bienestar y los fundamentos absolutamente esenciales de la Unión Europea, se hace preciso, desde la democracia, defender la democracia liberal como un elemento absolutamente constitutivo de la prosperidad y de las libertades que hemos alcanzado en los últimos años. Ahora, ya no se trata de descentralizar, se trata de defender con generosidad, con inteligencia, pero también con contundencia, la unidad de España; ahora, ya no se trata de caminar hacia Europa, se trata, desde dentro de Europa, de defender el proyecto europeo que, en este momento, está en crisis.
Y debemos empeñarnos, queridas amigas y queridos amigos, en volver, entre todos, como hicieron los constituyentes, a dibujar un presente y un futuro de España como país, que sea capaz de acogernos otra vez a todos, que sea capaz de ilusionarnos y de congregarnos a todos, un proyecto futuro de país que, en modo alguno, construiremos desde frentismos absolutamente trasnochados y que tantos problemas, tanta tragedia y tanta sangre trajeron a nuestro país; es necesario que nos olvidemos de frentismos ideológicos, que recuperemos el valor del consenso y que recuperemos el valor de propósitos comunes. Que todos secundemos, que recuperemos, en definitiva, esa imagen de Simón Sánchez Montero y Manuel Fraga Iribarne dándose la mano emocionados, y planteándose un futuro para España urdido por gentes que venían del exilio, por gentes que venían del interior, por gentes que venían de ganar la guerra, por gentes que venían de perderla, por gentes que venían de bandos conservadores o por gentes que venían de bandos progresistas.
Por qué esta celebración
Y se preguntarán ustedes por qué Aragón se ha empeñado en una conmemoración del cuadragésimo aniversario, con este empeño y vocación: No sé con qué éxito que lo estamos haciendo: ayer estábamos en Toulouse, rindiendo homenaje a una ciudad que fue la segunda patria de miles de exiliados; vamos a recorrer el territorio yendo a los institutos a defender la Constitución, vamos a esforzarnos al máximo; y se preguntarán ustedes por qué desde Aragón nos hemos propuesto este empeño de manera especial.
Estoy absolutamente convencido de que esto lo entenderán a la perfección, o lo entenderían, todos y cada uno de los siete ponentes constitucionales; estoy seguro de que lo entendería, de manera especial, nuestro añorado Gabriel Cisneros, al que tuvimos la oportunidad de conocer y querer; estoy seguro de que lo entenderá a la perfección José Pedro Pérez LLorca, pero no tengo ninguna duda de que lo entienden a la perfección los dos ponentes de la Constitución que hoy nos acompañan: Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, conocedor de la historia de Aragón, autor, junto con Ernest Lluch de estudios sobre viejos austracistas aragoneses, que proponían soluciones más o menos federales para la monarquía en el siglo dieciocho, y estoy seguro de que lo entiende a la perfección Miquel Roca, un catalanista constitucionalista, un representante, para mí, absolutamente insuperable de esa Cataluña que los aragoneses llevamos en el corazón, y a la que queremos tanto, querido Miquel, que no queremos que se vaya nunca y queremos que esté siempre a nuestro lado.
Así vemos desde Aragón el cuadragésimo aniversario de la Constitución. (aplausos)
Así lo vemos, queridas amigas y queridos amigos, porque esta celebración encaja como un guante a nuestra manera de ser, a nuestra historia, y a nuestra manera de estar en el mundo. Cualquier celebración que hable de libertades, que exalte las libertades y los derechos, querido Herrero, le encaja a Aragón, desde el punto de vista de su propia historia, como un guante; cualquier celebración que hable de fortalecer la unidad de España, a una comunidad como la aragonesa, que se considera, no sólo constitutiva, sino también constituyente del Estado español, le encaja como un guante.
Y a una comunidad autónoma que desde hace mil años se sintió fundamentalmente reconocida en los esfuerzos hacia el exterior, y no replegada sobre sí misma, y que empezó a hacer incursiones por el sur de Francia, tratando de generar unidades políticas, que transcendieran las fronteras del sur de los Pirineos, cualquier celebración europeísta le encaja como un guante.
Por eso, porque están en riesgo elementos que son absolutamente constitutivos de nuestra manera de ser y de nuestras creencias, y sobre todo porque queremos celebrar lo que han sido cuarenta años de éxito de aquello en lo que creemos, es por lo que hemos querido celebrar el cuadragésimo aniversario de la Constitución de esta manera. Y me parece que no había mejor forma de reconocer y ratificar nuestro compromiso con aquello en lo que creemos, fundamentalmente centrado en la Constitución de 1978, que otorgando la Medalla de Aragón a Miquel Roca, a Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón y, por supuesto, a Pérez LLorca, que por razones personales, no ha podido estar aquí.
¡Viva Aragón, viva España, y larga vida a la Constitución de 1978!