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Mensaje de Fin de Año 2014, Luisa Fernanda Rudi
Éste es el último mensaje institucional de fin de año que tengo el honor de enviar como presidenta de Aragón en esta Legislatura. Es, por ello, un mensaje especial, y me gustaría aprovechar estos minutos para ofrecer algunas reflexiones sobre los desafíos que hemos tenido y aún tenemos ante nosotros. Durante más de seis años, desde el año 2008, hemos vivido la crisis económica y social más grave de todo el periodo democrático. Todos hemos tenido que hacer esfuerzos y aceptar renuncias. Las crisis nunca son buenas, nadie las quiere; pero cuando uno se encuentra con ellas está obligado a gestionarlas con responsabilidad, no repetir los errores que las provocaron y transformarlas en oportunidades. En esta crisis, entre todos hemos cumplido el compromiso de actuar como escudo frente a sus peores efectos. Por supuesto que se ha dejado notar su dureza. Pero desde el Gobierno de Aragón hemos procurado que ninguna política social haya sufrido significativamente. Los recursos públicos disponibles han sido mucho menores que en los años previos a la crisis, hasta un 20% menos, pero las reformas imprescindibles para mejorar la eficacia en su gestión, y la colaboración de cuantas personas trabajan en el sector público autonómico nos han permitido mantener su calidad. Ahí están, para quien quiera atenerse a los hechos, los informes independientes sobre la calidad de nuestro sistema sanitario, o los datos sobre el gasto social consignado en nuestros Presupuestos. Para mí es, y seguirá siendo esencial mantener la cohesión de nuestra sociedad alrededor de los valores sobre los que se funda. Valores en los que creo y que defiendo, y cuya importancia es máxima en tiempos de crisis: la igualdad de oportunidades, la solidaridad y la justicia social. Hemos demostrado que esto no son meras proclamas oportunistas, sino principios de gobierno con los que estamos firmemente comprometidos en cada decisión adoptada. Soy muy consciente de que todavía hay en Aragón demasiadas necesidades por atender; demasiadas personas que lo están pasando muy mal y que han podido llegar hasta aquí gracias al apoyo de sus familias, y a la ayuda de las instituciones y organizaciones sociales que trabajan en este campo. Muchas gracias a cuantas personas colaboran con todas ellas. La solidaridad de la sociedad aragonesa ha sabido dar respuesta ante esta complicada situación. Si hace un año pude hablar de la esperanza generada por leves signos de recuperación, hoy puedo decir que esos signos se han confirmado y que las previsiones de crecimiento no dejan dudas sobre la realidad del cambio de ciclo. Aragón puede mostrar hoy datos que si bien no son aun los que deseamos, indican que estamos en el buen camino y que estamos avanzando por él más deprisa que otros. Así lo están entendiendo los inversores que eligen nuestra Comunidad para poner en marcha nuevos proyectos. Nuestra economía ha encadenado cinco trimestres de crecimiento y lo ha hecho además por encima de la media de España. Todas las previsiones apuntan a que esta situación se consolidará el año que ahora comienza. Nuestras cuentas públicas están encauzadas y las empresas aragonesas comienzan a recuperar confianza y crean empleo. Nuestro nivel de paro en el último año ha descendido a mayor ritmo que la media del conjunto de España, el 8,47% frente al 6,17%; 9.000 personas que hace un año estaban en paro en Aragón hoy ya no lo están; y la Encuesta de Población Activa del tercer trimestre de este año señalaba para Aragón una tasa de paro por debajo en más de cinco puntos de la media nacional. Cierto es que el balance no puede ser satisfactorio cuando todavía contamos con un inaceptable nivel de desempleo. Unos índices especialmente preocupantes en una generación de jóvenes que afronta con desánimo un futuro en el que no pueden desarrollar sus justas expectativas vitales. Jóvenes cuya ilusión es preciso recuperar, y cuya formación y cuyo talento debemos mantener en nuestra sociedad. Con toda prudencia podemos estar esperanzados: Las reformas introducidas estos años por el Gobierno de Aragón y el esfuerzo de los aragoneses han contribuido a que nuestra Comunidad atraiga inversión, genere confianza y se consolide como una región seria y capaz de cumplir con sus compromisos. Esto es lo que hemos logrado para nosotros y para las próximas generaciones, y esto es lo que debemos proteger. Desde el Gobierno hemos venido actuando con la exigida ejemplaridad; hemos abierto nuevos espacios de participación ciudadana y hecho realidad un gobierno transparente para una sociedad cada día más exigente que, con toda la razón, no acepta zonas oscuras. Lo realizado hasta aquí supone la materialización del proyecto reformista que propuse hace más de tres años para que Aragón pudiera superar la crisis y recuperar la ilusión y la autoestima. Nuestro objetivo fundamental para estos meses que restan de Legislatura pretende culminar otro compromiso: que Aragón sea una Comunidad en la que nadie quede excluido. Por ello, reitero mi disposición a seguir trabajando para que la recuperación económica alcance a todos los ciudadanos. Mi primer mensaje hoy es de optimismo. Un optimismo crítico. Incluso muy crítico si se quiere. Pero, una vez más, optimismo razonable y fundado en hechos contrastados. Aragón tiene ante sí un horizonte más despejado de malos presagios que hace tres años, y se encamina hacia un futuro de crecimiento y mejora del bienestar. Tenemos en nuestra mano una oportunidad histórica para avanzar en el conjunto de España; hemos demostrado que tenemos capacidades para ello. Sería una pérdida irreparable, y pesaría sobre nosotros durante mucho tiempo, si malgastáramos ahora lo que hemos hecho posible con tanto sacrificio. Sé muy bien que lo que hoy domina en nuestra política es el pesimismo. Un pesimismo de pretensiones proféticas que parece inundarlo todo. Un pesimismo que traza de nuestra sociedad un retrato de sombras y fracasos históricos, que reclama la ruptura con todo y con todos como método, y que promete el asalto del paraíso como destino. Yo no reconozco en ese retrato de sombras y fracasos a la sociedad aragonesa, a la que a estas alturas de mi vida, creo que conozco bien, y tampoco yo me reconozco en él. No somos lo que dicen de nosotros quienes alientan la ruptura y la involución. Arremeter indistintamente contra lo bueno y contra lo que no lo es, contra lo que funciona y contra lo que no, es un inmenso error nacido del radicalismo, de la inexperiencia e incluso de la soberbia. Hemos construido entre todos el camino hacia un objetivo inédito en la historia de España: Consolidar un sistema democrático y convertirnos en un país homologable con el resto de los países de nuestro entorno histórico, social y cultural. Este trayecto fue posible merced a la aplicación de valores como el diálogo, la concordia y la capacidad de llegar a acuerdos. Valores que cristalizaron en la Constitución de 1978, la primera Carta Magna de los últimos dos siglos que no supuso la imposición de una parte de nuestro país sobre la otra. Frente a las llamadas a nuevos procesos constituyentes o, directamente, a arrumbar lo construido en el periodo democrático, es preciso recordar que en las últimas décadas hemos protagonizado una de las transformaciones más profundas que cabe imaginar en un país de historia tan compleja como la nuestra. No somos una sociedad fallida, somos una sociedad de éxito. Sin discusión posible. Debemos elegir proseguir por este camino histórico. Con política moderna, no con “antipolítica” del siglo XIX. Con reformas y con consensos amplios, no con rupturas ni imposiciones sectarias de unos sobre otros. Con leyes, con partidos, con pluralismo, con derechos, con Constitución y con Estatuto; rechazando el terrorismo criminal y no cortejándolo ni buscando su protección. Y siempre preservando un principio fundamental que inspira todo sistema democrático digno de este nombre: la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, sin asimetrías que signifiquen primar a unos sobre otros en función de los territorios en los que habitan, o por determinadas singularidades históricas de las que Aragón también puede hacer gala. No pretendemos ser más que nadie. Pero con la misma contundencia afirmo que no permitiremos ser menos que nadie. La división y el enfrentamiento sólo sirven para restar fuerzas y para desviar la atención de lo importante: que España y Aragón salgamos reforzados de la crisis en lo económico, lo social, lo moral y lo político. Es innegable que la corrupción ha supuesto un grave quebranto para nuestra sociedad y que los ciudadanos la perciben justamente, como su mayor preocupación Un asunto que, a pesar de afectar a una parte no mayoritaria de la clase política o del conjunto de la sociedad, es muy dañino para el sistema de derechos y libertades que tanto nos ha costado construir. Lo perjudica hasta llegar a ponerlo en serio riesgo. Los partidos políticos hemos podido ser, en demasiadas ocasiones, poco contundentes con la corrupción. Estamos obligados a un firme propósito de enmienda para que los ciudadanos recuperen la confianza en la política y en los partidos. Porque los políticos debemos distinguirnos no sólo por nuestra acción de gobierno dirigida al bien común, sino por nuestra ejemplaridad. Ello va más allá del cumplimiento de la ley. Supone una actitud de servicio en la que los ciudadanos han de encontrar referencias de comportamiento cívico. Nuestras instituciones y nuestras políticas tienen valor y han de seguir siendo nuestra referencia. No creo que debamos tomar la decisión de poner fin a nuestro progreso y de iniciar un camino de retroceso: no creo en destruir, sino en reformar y en regenerar. Hace ya muchos años que Joaquín Costa, un aragonés ilustre, regeneracionista implacable, pedía para nuestro país una generación de españoles que fuera capaz de “hacer en cuarenta años una evolución histórica de cuatro siglos”. Costa pedía modernización económica e industrial, apertura al exterior, educación, infraestructuras, legislación social, descentralización, modernización de la justicia, agricultura productiva... Y todo eso quedaba resumido en una palabra "europeización". Pues bien, todos nosotros los españoles la Transición, hemos sido los españoles que Costa pedía. En cuarenta años hemos dado un salto histórico sin precedentes; con nuestra democracia y con nuestra libertad hemos hecho realidad uno de los mejores países del mundo del siglo XXI. Incluso hoy, cuando comenzamos a salir de una crisis muy profunda, esto sigue siendo verdad. No hay nada en nuestro modelo que impida resolver nuestros problemas de fondo: la corrupción, el paro, la falta de movilidad y cualquier otro problema de los que a todos nos duelen, tienen su solución en la política y en las instituciones, no fuera de las instituciones, no en la “antipolítica”. Por eso, quiero que mi último mensaje para este año tan especial, para 2015, sea éste: Creamos en nosotros mismos. No perdamos nuestro camino. Lo hemos hecho bien, y podemos hacerlo mejor. No dejemos que nadie haga de nosotros el retrato de sombras y fracasos que necesita para conseguir su propio beneficio. España, y Aragón como parte esencial de ella, es un rotundo éxito histórico. Un éxito aún incompleto, aún pendiente de llevar a un nivel superior, pero un éxito incontestable. Juntos hemos pasado por lo peor. Ahora, juntos, tenemos la oportunidad de hacer realidad lo mejor. No la dejemos pasar. Miremos al próximo año que ahora comienza como el primero de muchos en los que haremos de Aragón la sociedad con raíces fuertes y futuro fértil por la que hemos trabajado la gran mayoría durante muchos años. Ese es mi deseo y espero que sea también el de todos ustedes. Feliz año nuevo.